I.-
INTRODUCCIÓN: Una
extensa declaración de intenciones.
El título de este (llamémosle) artículo contiene
tres o cuatro términos de un significado tan amplio y solemne
que acaso pueda pensar el que se encuentre con él que van
a acumularse demasiadas pretensiones en el tratamiento del tema.
De entrada porque, a estas alturas, cualquier intento de abordar
de forma pormenorizada a todos y cada uno de los autores de la denominada
"Escuela de Londres" requeriría una extensión
muy superior a las páginas que conforman este modesto estudio.
Después porque el término 'existencialismo' se nos
aparece como un gigante de muy difícil trato. Si a ello añadimos
un concepto tan impreciso como el de 'conocimiento', el ámbito
de referencia amenaza de tal forma con resultar inabarcable que
reclama de inmediato un esfuerzo de concreción por nuestra
parte que tranquilice al lector, defina los límites a que
circunscribiremos el tratamiento del tema y justifique (y guíe)
el contenido de nuestra propuesta.
Casi
paradójicamente, esta concreción que necesitamos nos
viene dada por el ambito en el que se desarrolla essta reflexión,
en torno a un nuevo término, el 'arte'. Otro término
, de significado aún más amplio y polivalente que
los demás, pues alude a aquello que, sea lo que sea, es,
desde luego, un omnipresente objeto de reflexión y estudio
para los hacen arte y los que hablan de arte. Es (como veremos)
el encuentro, la intersección, entre los ámbitos de
referencia de los tres términos primeros con el de 'arte'
en sentido general (el de 'pintura' en particular) el foco que habrá
de guiar el tratamiento del tema, que debemos a priori reconocer,
por modestia y precaución, demasiado extenso y complejo.
Sobre
las vías de conocimiento.
Aunque considerar el trinomio Arte, Ciencia y Religión
una fórmula enumerativa de las tres vías de conocimiento
posibles es una tradición más o menos arraigada y
prestigiosa en nuestro mundo, también es cierto que, actualmente,
sólo el conocimiento llamado científico (más
o menos empírico) alcanza tal valoración en grado
extremo y goza de un prestigio comúnmente aceptado. Por una
parte, esa especie de vago e impreciso cúmulo de conocimiento
intuitivo y simbólico que ha aportado el arte (a través,
por ejemplo, de la creación de imágenes) ha sufrido
un cierto descrédito como vía cognoscitiva fiable,
en esta era tecnológica. Por otra, sobre el conocimiento
revelado, aunque no nos corresponda especular en esta ocasión
(no vamos a ampliar más aún nuestras pretensiones),
bien cabe señalar esta evidencia: hoy, el prestigio de la
Religión como vía de conocimiento se ha visto relegado
en Occidente a lugares mucho menos relevantes que aquellos que ostentase,
a golpe de inquisición, en tiempos pasados.
El caso es que esas tres "patas del banco
del conocimiento" parecen haber perdido (si es que alguna vez
la tuvieron) su equivalencia proporcional, su equilibrio recíproco,
y el conocimiento se sustenta hoy en día en la hipertrofia
de una de ellas, la científica, mientras sus hermanas, menoscabadas,
como raquíticas, se diría que han renunciado a la
tarea de intentar explicar el mundo en el que tienen lugar, y se
han refugiado sobre sí mismas, para dejar a la Ciencia que
descubra y explique la realidad, y al pensamiento positivista, objetivista,
imparcial, dominante y único que construya la imagen del
mundo conocido que nos toca creernos ahora.
No es mi intención (claro) analizar el proceso que ha conducido
a esta atrofia, ni tampoco valorar si es justificable o no; ni por
supuesto es el objetivo de este escrito reivindicar como superior
o más conveniente una u otra vía de conocimiento,
ni proponer (haría falta mucha fe) la instauración
de un nuevo mundo al amparo de alguna de ellas. Las cosas están
como están y, si es para bien o para mal, no es caso ponernos
a discutirlo aquí.
Sin embargo, en lo que se refiere al Arte como
vía de conocimiento, habría que denunciar en estos
tiempos, si no una injusticia (llamarlo así sería
caer en una vana pataleta moralizante), sí un auténtico
desperdicio de su potencial como instrumento para conocer, para
entender el mundo; pues no cabe duda de que el Arte, a pesar de
su sempiterno (y hasta consustancial) sin saber cómo, es
una valiosa vía de conocimiento, y como tal ha servido y
sirve a los artistas en la práctica de su oficio. Pero sería
más que deseable que como vía de conocimiento sirviera
también al que "consume" la obra de arte; que no
sólo se ofreciera tal provecho cognoscitivo al creador de
la obra, sino también a la otra parte imprescindible para
que se dé cualquier fenómeno artístico, al
espectador, decidido a redescubrir su realidad, su mundo, por vía
estética. De todas formas, tal potencial del Arte como instrumento
cognoscitivo nunca se ha aprovechado en la historia conocida de
Occidente: lo que vivimos ahora es la supremacía del conocimiento
científico, de igual modo que en otros momentos han regido
por encima de todo las leyes del conocimiento revelado. Bajo la
hegemonía unas veces de la Religión, otras de la Ciencia,
el Arte se ha visto condenado siempre a obedecer, por un lado, las
condiciones y presupuestos de una u otra, y a librar, por otro,
una lucha desigual contra ellas.
De las tensiones entre Arte y
Ciencia.
Si reducimos el problema al binomio (el vigente en nuestros tiempos)
Arte y Ciencia, hay que decir que el análisis de sus relaciones_ha
provocado una enorme polémica y transcurre por territorios
bastante confusos. Para algunos autores ambos fenómenos,
el Arte y la Ciencia, son producto del mismo impulso creativo del
hombre, un impulso que parte de la necesidad de_codificar el mundo
en el que se encuentra inmerso para explicárselo a sí
mismo. Eso más o menos pensamos también aquí.
Luis Racionero en su libro Arte y Ciencia explica esta teoría
partiendo de la hipótesis de que ambos son respuestas diferentes
a un impulso común del hombre de apresar la realidad desde
sus propias limitaciones subjetivas, partiendo de unos intereses
específicos en cada momento, pero movido por la creatividad
y la satisfacción, entendidas como motores lúdicos
que incentivan la elaboración de conocimiento. Este impulso
común podría definirse como la necesidad de simbolizar
el cosmos para apresarlo, y crear así nuevas ordenaciones
con lo existente y nuevas estructuras mentales que favorezcan su
entendimiento de lo que hay y la construcción de una realidad,
una imagen del mundo. Partiendo de estas premisas se concluye que
tanto Ciencia como Arte, en cuanto que ambos parten necesariamente
de una reacción interesada frente a problemas planteados
por el entorno, son igualmente subjetivos: el Arte porque supone
la interpretación individualizada (y por consiguiente parcial)
de la experiencia sensorial de la realidad, tanto para el creador
como para el espectador; la Ciencia porque, a pesar de su pretensión
de objetividad, desde el momento en que selecciona un objeto de
estudio para poder analizarlo, una sección del cosmos, es
decir, ciertos fenómenos concretos, dicha selección
se presenta como interesada, subjetiva y parcial, pues la propia
selección implica prescindir del resto de lo real; además
que los mismos criterios de selección del objeto de estudio
suelen estar fundamentados en una teoría previa, que es la
que se pretende comprobar con la observación o el experimento.
Así parecen indicarlo las convulsiones ocasionadas por las
llamadas revoluciones científicas, las cuales, en cierta
medida, suponen un acto creativo, pues transforman la teoría
previa aceptada hasta entonces para proponer un nuevo enfoque de
la realidad; pero, una vez establecida la nueva base teórica,
se inicia otro periodo de acumulación de datos empíricos
que muestran la solidez de la nueva visión del mundo.
Del conocimiento por vía
artística
Por no tratar directamente de las relaciones entre
Ciencia y Arte (sería hasta peligrosa la aventura), aproximémonos
a las fronteras entre conocimiento artístico y conocimiento
científico. Descendamos por un momento de la especulación
filosófica al terreno de las llamadas ciencias humanas: ahí
puede encontrarse una relación aún más evidente
entre Arte y conocimiento.
Aunque quepa la duda de que el Arte haya explicado
alguna vez la naturaleza del mundo físico en general, es
innegable que las manifestaciones artísticas constituyen
uno de los medios más fidedignos y directos para conocer
la realidad de todos los sistemas de creencias (sociales, culturales,
también científicas, morales...) que conforman los
mundos particulares que ha venido forjando la humanidad en su devenir
histórico. No se discute, de hecho, sobre la capacidad de
documentación gráfica que ciertas obras artísticas
tienen para arrojar luz sobre los periodos y sociedades en las que
fueron creadas.
Pero desde aquí lo que se plantea es que
la capacidad de transmisión de conocimientos de estas creaciones
va más allá de esta aceptada contribución documental.
Además que esta función de "siervo de la historia"
(en cuanto que espejo de ella), instrumento cognoscitivo para las
ciencias humanas, habría caducado desde la invención
(y el desarrollo vertiginoso) de los medios mecánicos de
reproducción de imágenes. El Arte, junto con esa aportación
de meros datos visuales descriptivos (interpretables desde un punto
de vista científico), junto a ese "retrato de la realidad",
transmite también al espectador, por vía intuitiva,
una relación del creador con su entorno, lo que redunda en
un conocimiento más profundo de aquello de lo que trata la
obra artística, que va más allá de la mera
aportación de datos objetivos: esta comunicación sensitiva,
anímica, intuitiva, es la verdaderamente propia de la obra
de arte, su valor como vía de conocimiento insustituible
por cualquiera otro instrumento de comprensión del mundo.
En apoyo de lo dicho, ténganse en cuenta,
por ejemplo, los hallazgos verdaderamente esclarecedores sobre épocas
pasadas que ha procurado el estudio concienzudo de su imaginería
pictórica o escultórica. El análisis de imágenes
ha ayudado a comprender los entresijos socioculturales de los sistemas
que las confeccionaron. Claro que eso es tarea propia de analistas
de reconocido prestigio. Se nos plantea el serio problema de la
percepción inmediata de un espectador actual sin formación
previa, o sin acceso a una nutrida fuente de datos sobre el tiempo
y el lugar concretos en que se concibió tal imagen. Y el
problema no acaba ahí, puesto que, en rigor, para adquirir
plenamente el conocimiento que la manifestación artística
atesora, habría que procurarse un disfraz conceptual que
reprodujera la manera de percibir de un hipotético espectador
contemporáneo a la obra estudiada, y dicho disfraz exigiría,
aunque sólo fuera por un momento, desembarazarse de la propia
mentalidad y las creencias personales (radicadas en la actualidad).
Supongamos que tal espectador ideal pudiera lograrse a fuerza de
entrenamiento (estudio de la historia y del arte del pasado) y con
el apoyo de ciertos métodos de análisis como el de
Panofsky. Aun así, seguiríamos encontrando dificultades,
y desde luego el grado de erudición requerido sería
muy considerable.
Contra lo expuesto se le ocurre a uno a veces que
las verdaderas obras de arte se fundamentan en un sustrato que no
entiende de sitios ni épocas, y que, por tanto, son capaces
de revelar conocimientos por vía sensitiva, anímica
e intuitiva a cualquier espectador, sea cual sea su condición
sociocultural. Pero bueno, convengamos, por no polemizar en exceso,
en que los códigos de la expresión artística
varían conforme a las coordenadas espacio-temporales y que
puede resultar complicada la comprensión de una obra de arte
para un no iniciado.
No puede olvidarse que, en el extremo opuesto del espectador erudito,
capaz de completar su emoción estética con un bagaje
cultural adecuado, se encuentra la experiencia del artista como
espectador de su propia obra. Por experiencia sé que una
obra siempre sirve, lo primero, como vía de auto?conocimiento
inmediata. Pero tampoco vamos a tomar este camino, porque lo que
nos interesa aquí es el espectador corriente, ni el especialista
ni el creador. Hay que presuponerle, no obstante, al espectador
imaginado cierto interés en la contemplación de la
obra de arte y cierto desarrollo de su sensibilidad estética,
lo que no siempre se da (claro). Pero, bueno, tampoco todo el mundo
entiende gran parte de las revistas de divulgación científica
y eso no hace que se ponga en duda (aunque quizás se debiera)
la validez de la Ciencia como vía de conocimiento.
Nos queda pues, para investigar lo que pretendemos,
este resquicio: acaso en el Arte contemporáneo resulte más
fácil para un espectador no especializado reconocer su identidad,
puesto que se supone que pertenece al mismo corte espacio-temporal
que el creador, y, por tanto, participa de la misma cultura o visión
del mundo (Weltanschauung). Topamos aquí con un nuevo problema,
lo críptico que resulta el arte contemporáneo, lo
cual no se sabe si es un problema de educación estética
del espectador, o de estupidez y renuncia de la propia creación
artística que se niega a sí misma como vía
de comunicación (o se afirma como comunicación de
nada), o más bien se trata de un problema de mercado. A pesar
de estas dificultades, en ocasiones aparecen obras que se dejan
mirar y estudiar de una forma más o menos directa, que (usando
palabras de Francis Bacon) van directamente, en mayor o menor medida,
al sistema nervioso. El que estén creadas por alguien de
nuestra cultura nos permitirá estudiarlas e interpretarlas
de una forma más inmediata y certera, puesto que participamos
de la misma codificación de la realidad que quien las crea.
Nos ahorramos así el esfuerzo del erudito: no nos falta perspectiva
histórica.
Sorteando dificultades de diversa índole,
indicando y abandonando distintas ramificaciones del problema, hemos
logrado conducir nuestro interés a un objeto de estudio con
cierta definición en sus límites: obra contemporánea
(por evitar el problema de la perspectiva histórica), en
un grado de codificación relativamente asequible (que no
exija conocimientos especializados en el observador), que aporte
datos sobre su creador y su relación con el sistema de valores
sociopolíticos, ideológicos y culturales vigente,
y que comporte una relación con el espectador más
sensitiva que intelectiva._Desde estas condiciones previas nuestro
experimento pretende, mediante el descubrimiento y definición
de las sensaciones sugeridas por una obra, dar cuenta de la relación
intuitiva que se crea entre autor, obra y espectador, y probar la
genuina validez del Arte como vía de conocimiento.
El grupo de artistas conocido como "Escuela de Londres"
reúne en su producción las condiciones que hacen posible
abordarlo con los propósitos y limitaciones descritos. Se
trata de un grupo de artistas que toman la pintura como único
e insustituible medio de expresión (lo cual tiene la ventaja
de que tratamos con una de las técnicas artísticas
aceptadas convencionalmente como tal). Aparte de su condición
de pintores, y su indudable compromiso con la contemporaneidad,
no se osa tacharlos de meros repetidores de conceptos artísticos
caducos. A ello podemos sumar que usan una iconografía de
referencias figurativas, lo que favorece (desde el punto de vista
del espectador) las asociaciones directas con los motivos representados.
Además, el desarrollo de su actividad y, por tanto, la producción
de esa iconografía se inscriben en un contexto histórico
relativamente definido y cercano, la segunda mitad del siglo XX
en Inglaterra (no somos ingleses, pero sí europeos y occidentales,
y hasta globalizados). Esto no garantiza la comprensión de
las obras en todos sus matices para un espectador corriente, pero
necesitamos acercarnos a esa muchedumbre de público intermedia
entre el creador y el crítico de arte: un campo para investigar
las emociones comunes e inmediatas producidas por la obra. Y desde
luego que la producción de esta escuela de pintores es un
buen material para nuestro propósito.
El hilo conductor que nos permitirá agrupar
a estos autores son los comentarios que los han relacionado con
una actitud existencialista. A Francis Bacon se le ha llamado el
"dandy del existencialismo"; H. Read calificó a
Lucian Freud como el "Ingres del Existencialismo". Nuestra
intención es sumergirnos en las sensaciones provocadas por
la obra de estos artistas (y sus compañeros) para deducir
de ellas una percepción sensitiva, anímica, intuitiva,
de la actitud y el pensamiento existencialista, sin contar con un
conocimiento previo del mismo. La aportación que sugiere
este enfoque es la construcción de un camino que, si bien
en un principio será unidireccional, desde la sensación
que provoquen en el espectador las obras hasta el conocimiento del
existencialismo, después ese conocimiento ayude de rebote
a comprender mejor las obras de estos autores.
Entremos pues en este terreno pantanoso, frontera
entre conocimiento y sentimiento, entre emoción y razón:
confiemos en que hacerlo sea algo más que un mero ejercicio
retórico.
II.-
APUNTES SOBRE LA ESCUELA DE LONDRES.
Inventario de autores: una aproximación
histórica.
Los autores a los que se refiere este estudio son
bien conocidos a nivel internacional. Conviene, sin embargo, comentar
antes los factores que vinculan a estos pintores y los agrupan bajo
la denominación genérica "Escuela de Londres",
toda vez que no se conoce un manifiesto ideático común
(y fundacional) que dé cuenta de los planteamientos estéticos
e intenciones de sus miembros, y que ni siquiera se da entre ellos
conciencia alguna de grupo, ni proyecto común, ni un punto
de partida en el que todos se reconozcan.
El término "Escuela de Londres" responde a un cliché
creado por uno de sus miembros, R.B. Kitaj, que en 1976, acuñó
la expresión en el catálogo de una exposición
organizada por el propio artista, y que aglutinaba a pintores vinculados
de alguna forma a la ciudad. The Human Clay (La Arcilla Humana)
es pues la primera exposición que reúne una serie
de artistas que, vinculados a Londres, comparten en su obra dos
rasgos fundamentales: la dedicación a la figura humana como
tema pictórico y la fidelidad a la pintura como medio de
expresión y continuación de una tradición entroncada
con el llamado gran arte.
Estas son pues las características que identifican
a este grupo de artistas: por una parte su empecinamiento en ir
contra corriente en unas décadas dominadas por la desmaterialización
progresiva tanto del medio pictórico como de sus posibilidades
iconográficas, y por otra la defensa incondicional de uno
de los repertorios iconográficos más desigualmente
tratados en la pintura contemporánea: la figura humana.
No debe sorprender, por tanto, que el título
escogido para esta primera apuesta común se tome de la Carta
a Lord Byron de W. H. Auden ("para mi el tema del arte es la
arcilla humana", reza el verso); ni tampoco que en la introducción
a su catálogo, Kitaj (un pintor cuyos inicios no auguraban
desde luego que pudiera encabezar un grupo de contravanguardia)
escriba: "la cuestión es que en esta pequeña
isla hay personalidades artísticas más fuertes, únicas
y numerosas que en ninguna parte del mundo, fuera del dominante
vigor artístico americano. Si alguna de las extrañas
y fascinantes personalidades que se pueden encontrar aquí
hubiera recibido una parte de la atención y el apoyo internacionalista
reservado en estos tiempos estériles a la vanguardia provinciana
y ortodoxa, una Escuela de Londres hubiera podido convertirse en
algo más real que la que yo he pergueñado en mi cabeza.
Con potentes lecciones artísticas para los de fuera, emergiendo
de este lugar antiguo, dispar y tremendamente singular...".
Con estos presupuestos, The human clay aglutinaba a un buen número
de autores tan conocidos comoUglow, Hockney o Coldstream, que posteriormente
coincidieron por su compromiso figurativo en diversas exposiciones
colectivas.
Por tanto, el término "Escuela de Londres"
puede incluir a un amplio abanico de pintores que toman partido
por la pintura figurativa en un momento y un lugar determinado.
El término, problemático y denodadamente contestado,
tiene no obstante una amplia aceptación, y se ha usado con
frecuencia. En la década posterior a aquellas primeras manifestaciones
de Kitaj, el término ganó adeptos. En 1980 Laurence
Gowing (pintor e historiador) aglutina a varios pintores bajo este
epígrafe en su artículo "Painters of Fact and
Feeling" ("Pintores del hecho y el sentimiento").
En 1987 la denominación "Escuela de Londres" fue
utilizada por la Royal Academy para una sección en una exposición
colectiva... Seguir aportando pruebas sobre el creciente uso del
término no es necesario. Dada la impresionante cifra de artistas
figurativos que hay en Inglaterra, la expresión "Escuela
de Londres", usada sin precisión, bien puede resultar
vaga y hasta oscura, si la comparamos con otras denominaciones mucho
más definidas en su ámbito de aplicación como
la de "Escuela de París".
De todas formas, puede reconocerse un puñado
de artistas que, durante el apogeo de la abstracción como
corriente pictórica, centran su interés estético
en la renovación de la pintura de la figura humana y alcanzan
la consideración de líderes de estas inquietudes contravanguardistas.
Estos pintores, que (citando de nuevo a Gowing) "pasan la mayor
parte del tiempo pintando figuras de una u otra manera", muestran
una fascinación obsesiva por este tema pictórico,
e intentan mostrar en sus obras los más profundos sentimientos
de la existencia humana.
En el centro de este amplio grupo se encuentran
ubicados, con mayor o menor motivo, los seis artistas que componen
el eje de nuestro estudio, y que, tras haber coincidido en las exposiciones
A School of London (exposición itinerante organizada por
The British Council en 1987) y en la ya mencionada From London,
se han configurado como el núcleo de este "movimiento",
que vive, aunque no sepamos que haya nacido.
Aglutinantes para conjugar seis
individualidades
Ninguno de estos artistas hubiese pensado nunca en su obra como
parte de la producción de una escuela, estilo o tendencia,
dada la individualidad que explícitamente defienden como
principio cada uno de ellos. He aquí la primera paradoja
a la que tenemos que enfrentarnos: resulta difícil hablar
de grupo en un período como el nuestro, en que se concede
gran prestigio a la creatividad del individuo aislado, la originalidad
creativa. Una ojeada a estos artistas en conjunto proclama la paradoja:
si algo tienen de común estos autores es precisamente un
como innato y fieramente defendido sentido de la individualidad,
de su singularidad estética. No menos paradójico resulta
el hecho de que sólo uno de ellos, Leon Kossoff, sea londinense
de nacimiento, pues Freud y Auerbach vinieron, siendo niños,
desde Berlín, Bacon nació en Dublín, Andrews
en Norwich y Kitaj en Cleveland, Ohio.
Estas diferencias de partida harían dudar
(y con razón) de que pueda hablarse de una escuela. Sin embargo,
si tomamos en consideración la pléyade de artistas
y escritores por los que comparten admiración, y las semejanzas
de sus planteamientos estéticos, la escuela de pintores de
Londres está al menos tan cerradamente relacionada como la
impresionista: como ellos no se adhieren a manifiesto concreto,
pero, evidentemente, es mayor la relación entre Bacon y Freud
y entre Auerbach y Kossof que entre Manet, Monet y sus contemporáneos.
Se relacionan tanto en cuestiones relativas al
oficio, como en su vida corriente. Como apuntó Auerbach hace
poco, los artistas a menudo vienen en "pandilla", y, dada
por supuesta la singularidad de las convicciones artísticas
de cada uno, este trato de "pandilla" les confiere una
cierta identidad colectiva. Su relación vital se evidencia
en la abundancia de retratos mutuos, la coincidencia en exposiciones
colectivas y las galerías compartidas. Cada uno ha seguido
la obra de los demás de forma a veces entusiasta, a veces
crítica, pero siempre implicándose en ella; antes
de concluir un cuadro, Freud espera las opiniones de su amigo Auerbach,
el cual apenas sale de su estudio, si no es para encuentros y tertulias
con sus compañeros, o para acudir a su "templo",
la National Gallery.
Su relación con la ciudad
Londres ha proporcionado excelentes condiciones
para el desarrollo de estos artistas. Todos han estado viviendo
en la ciudad durante un periodo de tiempo considerable, y cada uno
ha encontrado una vinculación personal con ella. En su adopción,
la ciudad les transmite lo que París fue en la posguerra
para Sartre o Giacometti, y la atmósfera de culpa y vulnerabilidad
humana que hace a la mayoría de los críticos relacionarlos
con el modo de pensar y sentir de los existencialistas está
presente en todas sus pinturas.
Todos han estudiado en escuelas y museos de la
ciudad; algunos, como Bacon y Freud, han prodigado su comportamiento
de dandys y bohemios por las calles de Soho. Un verdadero Cockney,
Leon Kossoff, ha convertido su pintura en una suntuosa y melancólica
celebración de su ciudad natal. Sus pinturas se han nutrido
de la poesía de lo ordinario, de las siluetas maltratadas
en los túneles del metro, el olor a demasiados cuerpos de
niños en las piscinas locales, el doloroso caos de la demolición
de un solar. El concepto de demolición aparece en registros
diferentes en la obra de todos ellos. Tanto Kossoff como Auerbach
estudiaron en St. Martin School of Art, donde asistían a
las clases nocturnas de David Bomberg: el maestro regularmente raspaba
el denso impasto de sus cuadros, convirtiéndolos en un amasijo
gris en el suelo de su estudio, destruyendo y volviendo a construir
con la esperanza de que finalmente apareciese la imagen deseada.
Con este proceder técnico se hace tan físico el sentimiento
de demolición que resulta de una inmediatez necesaria. Esa
misma sensación se respira en los cuerpos pintados de sus
modelos, que tanto en los cuadros de Kossoff y Auerbach, como en
los retratos de Bacon y Freud, hacen pensar, como ninguna otra pintura,
en el cuerpo como una arquitectura en continua destrucción.
La indispensable pintura
La relación física con la materia
pictórica es uno de los procedimientos más emblemáticos
de los que se sirve esta escuela para expresar esa sensación
de demolición del cuerpo, la misma materia se hace carne.
Como dijo de Kooning, la pintura al óleo se creó para
pintar la carne, y, en estos pintores, el lenguaje propio de la
materia es fundamental para la percepción directa tanto de
la carnalidad de las figuras como del halo de los ambientes. En
pocas obras la relación entre forma, medio plástico
y contenido es tan estrecha. La pintura, sin perder nunca su calidad
como tal, se reconvierte constantemente en cuerpos con deformaciones
azarosas.
Comparten todos ellos un compromiso con la realidad
que se nutre de las impresiones viscerales que pretenden transmitir,
y eso los distancia de otros pintores que, también dentro
de la tradición inglesa, han optado por un tratamiento más
centrado en las posibilidades expresivas de la forma y del dibujo.
Pintores que a diferencia de nuestros protagonistas, construyen
una superficie de sensaciones puramente plásticas, estéticas,
deshumanizadas en definitiva, acaso menos vitales, más objetivas
y constructivistas.
Tradición
El término 'tradición' adquiere cierto
peso cuando se alude a estos pintores. Bien podría decirse
que este es otro de rasgo común de este "hato de solitarios
discrepantes", como los llamó alguna vez Kitaj. Su relación
(consciente) con los pintores de otras épocas los ha dispuesto
ante el oficio artístico con la pretensión de alcanzar
una autoridad semejante a la de los maestros clásicos. Frente
a la desmaterialización dominante del objeto artístico
y de la iconicidad de la imagen pictórica, estos pintores
no sólo admiran y se nutren de los pintores del pasado, sino
que se sienten verdaderamente cercanos a ellos. Muchos críticos
han usado esta circunstancia como fundamento de su ataque al grupo,
tachando de caduca su una propuesta estética. Pero es justo
decir que su pintura no trata, simplemente, de imitar soluciones
pictóricas de otras épocas: su esfuerzo se concentra
en entender por qué ciertos cuadros tienen un poder verdaderamente
emocionante y transformador sobre el que los contempla. Lejos de
repetir fórmulas del pasado, las renuevan, desde el firme
convencimiento de que todo se puede decir a través de la
pintura, en la que creen como medio expresivo de forma incondicional.
Han digerido y hecho propia la gran tradición de pintura
humanística y figurativa de todos los últimos seis
siglos, la han reelaborado, han conseguido inspirarse en ella y
continuarla sin complejos.
Estos artistas, aunque plenamente imbuidos en su
tiempo y circunstancia, pretendidamente o no, no pueden dejar de
expresarse con una intensidad atemporal. A ello se refiere R.Calvocoressi,
cuando afirma: "...su ambición desnuda es pintar al
final del sxx con la tenacidad, intensidad e intrepidez propias
de cualquier otro tiempo".
III.- Seis
formas de abordar la existencia humana desde la pintura
Freud: presencia y tensión
entre la carne y el espacio.
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Cuando se habla de
Lucian Freud, las palabras presencia, corporeidad y cercanía
son lugar común de todos los análisis de su obra:
salvo raras excepciones, está por completo centrada en la
figura humana, y desde ella crea un universo de relaciones entre
el espectador, el retratado y el propio autor. La sensación,
la comunicación muda de un mensaje puramente plástico
y formal, en cuya expresión se huye de todo recurso narrativo
aleatorio y convencional, es la que nos interesa: un contenido no
simbólico, sino casi orgánico, que invita al espectador
a habitar una atmósfera donde se produce una verdadera conjunción
vital, pues la comunicación de sensaciones se convierte en
una relación cerrada y universal entre el pintor, el modelo
(o la presencia que provoca el cuadro) y el propio espectador, que
se ve atrapado en un triángulo, donde su aportación
al retrato colectivo es decididamente imprescindible. |
Esta relación visceral inmediata se produce porque Freud
renuncia a recursos simbólicos convencionales desde una posición
que contagia la cercanía corpórea del propio modelo,
despojado de su mundo exterior. La descripción es exhaustiva,
sin perder por ello el impacto inmediato. La intención no
es narrar la realidad de su lugar de trabajo, más bien se
trata de trasladar la propia realidad al cuadro, no se trata de
reproducirla, sino de hacerla presente. Concentrado en el pequeño
espacio de su estudio, casi siempre con una composición en
la que los cuerpos se encuentran a los límites del cuadro,
se propicia la intromisión del espectador en la escena por
la propia proximidad, convirtiendo a las figuras en personas, más
que en representaciones de personas. La materia pictórica
se hace, en un alarde de dominio plástico, pura carne "mal
trinchada" (como se ha descrito en alguna ocasión),
y esa carnalidad, milagrosamente pictórica (pues es pura
pintura y, a la vez, es pura carne), es la que hace al espectador
preguntarse por el alma del sujeto: parece que la desnudez implacable
ha llegado a desvestir al modelo también de su alma. Hay
que pasar por esa primera e incómoda aproximación,
por esa intromisión en el espacio tenso e íntimo,
para ir más allá del voiyeurismo anónimo y
distante de Degás. Cuando esto sucede, se accede a la verdadera
sensación perseguida por el autor, ese encontrarse (con el
pintor y su modelo) compartiendo el espacio casi claustrofóbico
del interior del estudio. Traslada su espacio ante el espectador
para que este se sienta trasladado a su espacio, para que se encuentre
de bruces con la certeza de que lo que está frente a él
es la persona, sin aditamento escénico, sin la más
mínima impostura dramática, en su miseria y su grandeza,
sin que le afecte juicio moral de ningún tipo. Acaso esa
inmediatez sea más evidente en los desnudos, pero la desnudez
conceptual está presente en todos sus modelos, también
en los vestidos, a los que él mismo describe como desnudos
con trapos encima.
Ejemplo claro de esta desnudez feroz son sus obras
sobre el artista de la performance y la apariencia, Leig Bowery.
Este modelo, que en su vida pública es puro maquillaje y
artificio, es retratado por Freud como un derroche de arquitectura
revestida de carnalidad, despojado, pero rotundo: resulta acaso
más provocador en estos retratos que en sus espectáculos
de sofisticación y transformismo. El modelo mismo reconoce
que su percepción de sí mismo ha cambiado a partir
de los cuadros.
No da muestra de indulgencia alguna en el tratamiento
de los temas escogidos: cada pose y cada modelo revela su propio
potencial pictórico: en los retratos de su madre hay un retrato
de la indiferencia, del pasado; no distingue entre retratar una
persona, un fragmento, una planta: todo manifiesta el potencial
de su presencia. El propio autor describe así el procedimiento:
"...yo he buscado esto, tener un sentimiento realmente biológico
de las cosas que crecen y se marchitan, unas dejando de crecer,
otras muriendo..." Esa visión descarnada y directa nos
presenta a un cuerpo lleno de inestabilidad en su constitución,
en continuo crecimiento y deterioro; son titanes perecederos e inestables;
toda su presencia no les libra de la precariedad y provisionalidad
de la existencia.
Además que los cuerpos son el retrato de
esa rotunda presencia de principio a fin: no hay partes protagonistas,
cada sección del cuerpo es retrato, y esta intención
se manifiesta claramente en la indiscriminada descripción
sexual de los modelos. El retrato adquiere la misma entidad en todas
las fracciones, ya sea sexo, rostro, espalda o mano. Cada centímetro
de superficie escogida es un retrato sin censuras.
A esta reflexión vital asiste el espectador que, forzado
a esa relación de complicidad inmediata con el ser del cuadro
y con el mundo del pintor, encuentra en el otro un espejo de la
propia desnudez. Se establece una tertulia muda en la que cada uno
es lo que es. El pintor actúa como presentador y mediador;
y de hecho siempre aparece en la obra en un autorretrato alegórico.
Si bien hemos comentado que no existen elementos de referencia que
delaten los artificios conceptuales de la figura retratada, si aparecen
continuas referencias al espacio limitado que domina el autor, mostrando
constantemente su presencia dentro del triángulo comunicativo
a través de estas proyecciones de su personalidad. Es el
mundo propio del artista, el espacio vital de su estudio, los materiales
de su trabajo, los trapos amontonados con restos de pinturas, las
manchas, todo lo que se necesita para ese enfrentamiento entre nuestra
desnudez y la del retratado. La impresión es la de que el
artista es el canal entre un sujeto y el espectador, y la pintura
el canal entre el sujeto y el mismo pintor como espectador. Actores
todos comunicados por este espacio neutro, anodino y cerrado de
la cotidianeidad del artista.
Esa tensión contenida que se crea en los
cuadros del estudio, se encuentra presente durante toda la obra
de Freud, incluso traspasando sus aparentes cambios radicales en
la manera de pintar. Desde sus cuadros de juventud (con su lenguaje
dibujístico y gélido) donde tanto sus personajes como
el entorno están perfectamente construidos, nos sobrecogen
en una parálisis que parece a punto de estallar. Acaso un
paralelo inconsciente de su situación infantil, en una familia
donde reinaba un orden sin miseria ni restricciones, pero que preparaba
la huida ante la creciente ascensión al poder de la ideología
Nazi.
No queremos sin embargo hacer uso de términos
psicoanalíticos acuñados por el eminente abuelo de
nuestro autor, sino mantenernos de momento en la emoción
directa que provocan sus obras, sin indagar en los mecanismos por
los que se manifiestan. Por tanto concluyamos describiendo a Lucian
Freud como el representante del hombre enfrentado a su desnuda naturaleza,
precaria , indefensa y poderosa, detenida pero perecedera, en tensión
con su espacio inmediato, que lo cerca a la vez que forma parte
de él .
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Bacon:
El grito y el desasosiego
Si las comparamos con las de su compañero
Lucian Freud , las pinturas de Fancis Bacon resultan más
distantes. El espectador no está abocado a la presencia del
sujeto, sino que se mantiene a la distancia de quien observa a un
animal enjaulado. Una distancia conseguida por sus espacios abstractos,
por sus vidrios, por sus marcos dorados, en definitiva por su preocupación
estética, casi esteticista, sin la cual sería indigerible
esa deformidad desgarrada, rota y abominable que sólo Bacon
consigue hacer si no bella, al menos sumamente atractiva. |
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El
espectador se siente realmente fuera, en una tensión que
descansa en la tranquilidad de la prisión que mantiene a
ese ser tan deforme y tan humano a la vez detrás del cristal
que refleja su propia naturaleza. Que Bacon manifieste sólo
intereses pictóricos a la hora de hablar sobre la composición
de sus pinturas las hace aún más inquietante, porque
su recreación del hombre se reviste con esta afirmación
de cierta objetividad que descarta la interpretación exagerada
por parte del autor, en favor de una verdadera interpretación
de la realidad. Aunque cercada por el filtro del artificio, esta
es una característica inmediata de los personajes y las pinturas
de Bacon, su impresión de realidad. Quizás por la
continuidad entre el espacio real y el espacio fingido que crea
con sus concisas perspectivas, quizás por la organicidad
viva de sus deformaciones, el caso es que los personajes de Bacon,
incluyendo sus retratos son siempre reconocibles como personas,
al límite de la descomposición, pero todavía
personas que transmiten una inexplicable sensación de corporeidad.
Sus imágenes horribles o no, no parten de la intención
de crear una provocación aterradora. Él siempre se
refiere a a problemas técnicos en su génesis, no a
intereses por significar ni denunciar nada en concreto, ni ningún
tipo de crueldad vital enfatizada. Simplemente lo que esté
retenido en su sistema nervioso es lo que se proyecta, pero sin
ninguna intención de aterrorizar ni causar chock. Afirmaba
no tener un sentido fatalista de la existencia, sino un interés
por plasmar un realismo de observador honesto del mundo, sin los
eufemismos de la sociedad de consumo.
Bacon acumulaba fotos, imágenes mecánicas sobre todo
provenientes de periódicos y revistas . Su trabajo a partir
de ellas carga a su obra de una especial cualidad de gravedad social
e impregna su ojo de los acontecimientos y personajes relevantes
del mundo que retrata. Su gusto por lo irracional es evidente,el
denominador común de estas fotos es la violencia, el movimiento
(accidentes, revoluciones, galopes de animales salvajes, gritos..)
Las imágenes frías de la cámara, mezcladas
por no se sabe que asociación surrealista, crean en Bacon
una especial catarsis creadora de los momentos de terror más
trágicos del mundo crepuscular que describe en su particular
drama visual.
Para el desarrollo de sus repertorios , Bacon ideó
un espacio que el crítico John Russell bautizó como
la "universal room", y con ello Bacon consigue dos cosas,
la convierte en una plataforma metafísica donde desarrollar
los eventos de su alrededor y sus significados individuales, y haciendo
esto, trae a la superficie niveles de conciencia tanto mítico
como psicológico, visto desde un realismo contemporáneo.
Al mismo tiempo, en algunas obras crea con ese espacio un aspecto
sórdido de claustrofóbica habitación de hotel.
Siempre pues al límite entre la artificialidad y la animalidad,
Bacon encierra el drama en la sofisticación del control ambiental
de la escena, lo cual más que suavizarla realza el patetismo
de la descomposición de los personajes. La recurrente presentación
de sus obras tras un cristal, intensifica curiosamente algunos de
sus efectos más quiméricos. La limpieza y la sobriedad
circundantes, ofrecen un contraste que agudiza en su frialdad el
grito que supone cada distorsión, y cada arrebato pictórico
que lo acompaña.
Su asalto visual a los tabúes es realizado
a través de una técnica claramente tomada de los antiguos
maestros. La preocupación por la calidad pictórica,
por la belleza de la pura materia, del gesto y los efectos plásticos,
forma parte indisoluble de esta obra. Tanto Bacon como sus compañeros
se encuentran en el centro de la recuperación del gusto por
el efecto atmosférico, la calidad pictórica y el amor
al dibujo como forma subyacente a ese derroche de pintura aplicada
a la figura humana. También coincide con el resto de integrantes
de esta "escuela" en su predilección por la búsqueda
del accidente pictórico, de esa intervención necesaria
del azar en la construcción del mundo recreado en sus cuadros.
Muestra de ello es esta frase suya refiriéndose a la elaboración
de un retrato ..." mi ideal es coger un puñado de pintura,
ponerla en el lienzo, y que allí esté el retrato..."
Heredan por tanto la técnica y el medio y lo adaptan a un
nuevo discurso sobre el tema al que mejor había sido aplicada,
la figura. Es una pintura de la vibración, del lenguaje de
la materia, comunicando con su modelado el continuo cambio, movimiento,
deterioro del hombre que retratan.
En su variopinto lenguaje Bacon recuerda tanto a Giacometti como
a Balthus, a de Kooning y a Warhol. La capacidad de este autor para
condensar enseñanzas pictóricas es asombrosa. Esta
capacidad se traduce en el equilibrio entre el protagonismo de la
mancha y el significado en una perfecta fusión semántica
que huye tanto de la ilustración descriptiva como de la abstracción
gestual, sin renunciar a ninguna de sus cualidades. Milan Kundera
considera que Bacon aporta en este sentido varias cuestiones en
relación con Picasso ( otro gran creador de la distorsión
con el que Bacon reconocía deudas artísticas): por
una parte el gesto brutal, la distorsión siempre en forma
orgánica y tridimensional, y por otra, el principio de variación,
la importancia de la variación para buscar la esencia del
fenómeno. ¿Cómo se explica que se encuentren
los parecidos en las distorsiones de sus retratos? Los retratos
de Bacon son la interrogación sobre los límites de
la propia persona. ¿Hasta dónde la distorsión
puede ser reconocible? Sus cuadros parecen preguntas sobre ese límite
en que el hombre puede perder su humanidad para convertirse en animalidad
o masa informe.
Sin embargo, Hay algo que se mantiene estable durante
toda su obra, la claridad, durabilidad y poderosa autoridad de su
discurso visual. Original y con un violento contenido, en un tiempo
en en el que una nueva figuración humanista, comenzaba en
el arte en plena angustia de postguerra en contra de la corriente
dominante del expresionismo abstracto.
Auerbach, o el desgarro de la pintura.
En la pintura de Frank Auerbach nos encontramos de bruces con una
superficie que es en sí misma más potente y significativa
casi que la propia imagen. Estas superficies conseguidas por ensayo
y error tras múltiples sesiones de empastes masivos y rascados
indiscriminados hasta encontrar el accidente deseado, son el testimonio
constante de una actitud de lucha agónica con el medio de
expresión. Reflejan la lucha propia del hombre por su autorrealización
entre causas, azares y errores. Sus cuadros, gruesos y empastados
son surcados por el arado de la propia brocha reafirmando contornos,
marcando realidades confusas en una trama angustiosa tanto en el
método de trabajo como en la sensación de peso y desgarro
que sugiere la propia materialidad pictórica. Sus superficies
conmueven como si con la misma agresividad del surco sobre el plano
arañasen la sensibilidad del espectador, en el que se produce
incluso cierta sensación de rechazo ante la acritud del tratamiento.
Sus figuras pugnan por salir de una superficie que se introduce
y sale de ellas como formando una amalgama material donde el gesto
se convierte en un grito luchando por tomar entidad propia entre
tal amasijo.
Desde que en 1948 entrara siendo un adolescente en la escuela de
Arte de S. Martin bajo la tutela de David Bomberg ( el cual consideraba
la figura como último test de las capacidades del pintor),
lo único que ha hecho Auerbach es pintar y dibujar10 horas
al día siete días a la semana en su estudio de Candem
Town . Su vida social se reduce a la visita de algunos amigos pintores,
y sus viajes se han limitado a los lugares que ha tenido que acudir
para sus propias exposiciones, apenas ha visitado museos importantes.
Sin embargo acude con fanatismo desde los años 60 a Trafalgar
Square a la National Gállery con su amigo Kossof a dibujar
a partir de maestros como Rembrandt , y afirma que descubre su propia
pintura a través de la experiencia sobre lo antiguo. Sostiene
que su reacción ante una buena pintura es la de que le produzca
el arrebato que le haga trabajar un poco más, independientemente
de la fecha en que fuese pintada. A pesar de su indiscutible contemporaneidad,
es de los que no creen en una ruptura entre el arte pasado y el
presente. Influido por todos, David, Gericault, Courbet, Ingres,
Daumier, ...y los contemporáneos De Kooning, Kossoff y Bacon,
su pintura es el resultado de una larga meditación sobre
Rembrandt. Hay mucho en común entre las superficies del primer
Auerbach y las esculturas de Giacometti, en sus retratos aparecen
Manet y el Goya de las pinturas negras. Mondrian, Constable, Picasso
precubista...una larga lista de maestros que asimilar, aportarles
el mismo grado de individualidad y después superarlos.
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Exiliado a Inglaterra a los ocho años,
huérfano a causa del Holocausto, ha traspasado la herida
de la paternal pérdida al campo del arte, no como estrategia,
sino como algo impactante y compulsivo. En 1970 esto lo puso más
allá de la palidez de la masa: un oscuro expresionismo
judío que trataba la figura como abruptos golpes de pigmento
estaba lejos de la Abstracción postpictórica americana
y de los iconos del Pop. Era fuerte, escultural y táctil,
lejos de la agradable claridad de pintores como David Hockney,
de la ironía como modo de vida y de la irrealidad que dominaba
en los medios de masas.
Auerbach, con su exacerbación, coraje y golpe pictórico,
lucha contra el artefacto cultural de la idea de Vanguardia. Su
novedad es la vitalidad y la captura de algo quizá imperfecto
y aproximado pero real dentro de su pintura. Para él, la
pintura no pierde su frescura como lenguaje porque no la usa como
una sintaxis para persuadir a las masas, no tiene uso, es libre.
La novedad de Auerbach es existencial, no estilística.
El estilo surge, no como un programa, sino como el surgimiento
de una crisis. Una crisis continuamente representada.
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Kossoff,
la ciudad inabarcable
Cada cuadro de Kossoff figura derramarse sobre el espectador, en
ellos, al igual que sucede con la obra de su amigo y compañero
de estudios F. Auerbach, la superficie pictórica se convierte
en el elemento significativo más poderoso dentro de la totalidad
de la imagen. Aunque el método de ambos artistas tiene mucho
en común (en cuanto a la persecución constante de
la casualidad que componga el efecto deseado por medio de impastos
y rascados sucesivos), se ha exagerado la semejanza entre los dos
pintores. En Kossoff la superficie, aunque con la misma carga matérica,
no aparece como ese campo desgarrado por líneas rígidas
y quebradas que conforman las propuestas de Auerbach. Con la misma
densidad viscosa, las superficies de Kossoff parecen obedecer a
una idea de fluido cambiante y en continuo movimiento.
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Aunque
continuamente pinta la misma gente y lugares, para él nunca
nada es lo mismo. Una y otra vez reconstruye su mundo intentando
establecer una relación entre su pintura y la visión
de su existencia, de su experiencia sensorial. Esto hace que a pesar
de su familiaridad con los sujetos que representa, la sorpresa y
el desconocimiento, salpican su discurso. Duda y sentido de lo maravilloso,
conviven en esta conversación mantenida con la crema de su
impasto. Toda su pintura a través de sus recursos superficiales
y su profunda construcción dibujística, rezuma esta
certeza del cambio como única continuidad.
La reciente obra de Kossoff como la mayoría
de su trabajo desde principios de los 70, está dividida en
tres temas: figuras en un ambiente urbano, desnudos y retratos.
Múltiples dibujos a carbón preceden cada pintura y
continúan en paralelo durante el transcurso de la obra. A
través del dibujo, el tema adquiere presencia y lugar. Kossoff
se refiere a sus actos pictóricos como dibujos enriquecidos.
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Sus urgentes paisajes urbanos y figuras pintados en
los 60 fueron casi más esculpidos que pintados. Estaban,
tanto literal como figuradamente, demasiado cargados, hasta tal
punto que alguno de ellos amenazaba con deslizarse de su soporte.
Todavía hoy, algunos de sus trabajos tienen que secar en
horizontal ante este peligro de caída inminente. El peso,
la densidad y la fluidez son pues las principales emociones que
transmite la materialidad de esta pintura, sensaciones que son trasladadas
a la imagen general. Hay mucho de ambiente demasiado cargado en
la acumulación de cuerpos en sus cuadros de niños
en las piscinas públicas. Los personajes que pasean por delante
de la iglesia en los cuadros de Christchurch o los que transitan
arrastrando sus pies por los superpoblados túneles de metro
semejan cargar sobre sus espaldas el peso del aire, del ambiente
cargado y gris de la ciudad que penetra en ellos y los desborda.
Todos forman parte de esa amalgama humana y urbana que encuentra
su espejo de forma innegable en estas pinturas. Subyace sin embargo,
pese a esta conciencia de peso un amor nostálgico a esta
ciudad que Kossoff ha dibujado y pintado insistentemente, y una
empatía contagiosa por los que la habitan.
La misma empatía se refleja en el trabajo
con sus modelos, y sus retratos, todos comparten el carácter
de familiaridad que Kossoff necesita previo a la elaboración
de una imagen. El artista dibuja insistentemente durante años
a los mismos modelos para familiarizarse con ellos. En sus retratos,
cada milímetro de la superficie es implicado en la acción,
la dureza del impasto de la cara rellena el espacio, la modulación
de la luz baña y transforma la cara en el retrato dependiendo
de su incidencia. En una búsqueda de identidad de la que
participan modelo y autor.
Los desnudos, colocados sobre superficies demasiado inclinadas tienden
a desprenderse de su asiento hacia el espacio del espectador. Los
desnudos son gente ordinaria simplemente posando, sin el apoyo de
idealización alguna, pero se convierten en su individualidad
en personajes íntimos, vulnerables y en alguna medida heroicos.
Kossoff celebra a la persona concreta, el día
a día ,el azar siempre inestable y que aparece comúnmente
en la vida urbana de las calles, de su ciudad.
Andrews, la realidad meditada,
la pintura medida
En la pintura de Michael Andrews resulta chocante
a primera vista el fuerte contraste entre dos tipos de obra. Una
obra más antigua, con la figura como protagonista, resulta
más plástica e inquietante, y nos presenta a los personajes
en continua pugna por llegar a una construcción, con cierto
aspecto desmañado y con fragmentos no resueltos. La última
de las series sin embargo muestra una pintura económicamente
inacabada, sustituyendo la densidad brumosa por certeza y seguridad
en si misma. Ambas tentativas están lejos de ser tenues,
al contrario, cada una tiene una sustancia y presencia, la de lo
necesario. Cada una parece el resultado de una particular obsesión,
ninguna parece estar hecha por el motivo de pintar otro cuadro,
todas se suceden en una experta acumulación de saberes. Esta
pintura se debate constantemente entre lo determinado y lo indeterminado,
entre la misteriosa convencionalidad del fenómeno y la premeditada
afirmación del medio pictórico que utiliza. Los empastes
de algunos de sus compañeros son sustituidos por la economía
de sus manchas, se trata de que la mínima aplicación
de materia pictórica sea suficiente para penetrar en la poesía
más allá de la convención y capturarla, en
esa estudiada indefinición.
En 1960 Andrews publicó una serie de notas
de donde podemos extraer algunas frases significativas para entender
su obra. En ellas describía su camino de trabajo como .."el
más maravilloso, elaborado y completo camino de componer
mi mente"..." pintar lo que pinto, y hacerlo como lo hago,
es un esfuerzo, mi esfuerzo por entender"... En estas dos frases
encontramos la lucha callada que se mantiene entre este autor y
su obra. El hecho, es que a pesar de toda su vacilación,
y angustia por ordenar tanto el hombre como la naturaleza a través
de escuetas manchas de color diluido, la obra de Andrews, adquiere
una ambiciosa grandeza tanto a escala física como conceptual.
En ella , como en la de sus compañeros se aprecia la necesidad
de huir de los clichés pasados y trascenderlos pese a su
compromiso con la figuración y la pintura de géneros
tradicionales; paisaje y figura, obedeciendo a dos tipos de obra
y a dos momentos en su trayectoria, pero con una común falta
de concreción.
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Quizá
sea en el contraste entre estos dos modos de pintura asociados a
temáticas tan diferentes las que den la clave para interpretar
el sentimiento crípticamente encerrado de la pintura de Andrews.
El aspecto inacabado es común a sus dos vertientes, este
aspecto, también ensayado por un gran número de pintores
ingleses mantiene abierta la obra que parece necesitar terminar
de construirse sola, como si el autor pusiese sólo la parte
de los elementos esenciales para proyectar el cuadro y este se mantuviese
eternamente en esa condición de proyecto inacabado. Sin embargo,
esta condición causa distinta sensación en cada una
de las propuestas: en las figuras, esa falta de conclusión,
produce un mayor desasosiego, existe una transmisión de incomodidad
en la aparente irresolución de sus primeros retratos de grupo,
como si la propia incapacidad de su carácter para el expresionismo
fuera el resultado de su descontento con la actividad social. Sus
retratos se muestran más fragmentarios que el paisaje, como
si partieran de un orden improvisado que se puede desmoronar en
cualquier instante.
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Los paisajes parecen responder a un método
inverso, todo se muestra con una organización matemática
y conectada de forma necesaria, existe una sensación de unicidad
que corresponde a un orden universal, geométrico, a unos
ritmos sutiles captados como un todo. En su esfuerzo por ordenar
el mundo y el hombre, Andrews sólo encuentra sosiego en la
neutralidad del paisaje, y sin embargo en esta neutralidad existe
la tensión romántica de componer un universo entero
con las limitaciones de un pintor, con las auto impuestas limitaciones
de un pintor que somete la objetividad de la transmisión
de la realidad a la subjetividad de su elección. Quizás
en esto resida la apariencia de fragilidad de sus paisajes, en la
conciencia de que este orden conciso es siempre un velo sutil para
apresar la realidad, un escueto tul a punto de desintegrarse, que
obliga a mantener la atención del observador para que esa
ilusión de realidad no se volatilice en forma de niebla vaga.
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Kitaj: literatura
o el discurso pintado
La obra de Kitaj, pese a los cambios sufridos en
una carrera que abarca desde visiones casi conceptuales del arte
hasta propuestas Pop, pasando por todo tipo de concreciones figurativas;
mantiene sin embargo una clara dominante que sus vaivenes, y que
se podría identificar con el intelectualismo predominante
en todos sus cuadros. En su búsqueda constante de la propia
identidad dentro de los ambientes sociales más extravagantes,
se encuentra siempre una reflexión mental que se transpira
desde el lenguaje de sus lienzos. Su mente inquieta y agitada, reclama
constantemente un intelectualismo que organice la imagen. A diferencia
de otros compañeros, el trabajo de Kitaj pasa por un filtro
de reflexión sobre el arte contemporáneo antes de
convertirse en cada peculiar apuesta artística. La línea,
el dibujo, el símbolo y las conceptuaciones alegóricas,
todos ellos pertenecientes a la cara más intelectiva y acaso
"literaria" de la pintura, toman protagonismo de forma
clara en su obra frente a la impronta azarosa de alguno de sus compañeros.
No es de extrañar por tanto que Kitaj sea el que más
literatura dedicada a la problemática del arte contemporáneo
haya producido, y que sea él el ideólogo de la génesis
de esta escuela pictórica. Es su inquietud mental, su incomodidad
y malestar en paradójica armonía con su amor por pertenecer
al mundo del arte contemporáneo, lo que lo hace crecer en
su concepción artística.
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Todavía
siendo un artista Pop en los 60, mostraba su inquietud en contra
de un arte cada vez más alejado de los intereses y problemas
humanos, su propia obra era víctima de sus descalificaciones
hacia las vanguardias. Esta intención humanista se vio temporalmente
suspendida en su actividad pero finalmente impulsada. La necesidad
de conjurar la confusión mental lo llevaron a centrar su
obra en cuadros menos fragmentados y con un sólido sentido
dibujístico que se correspondía con su redescubrimiento
de la tradición pictórica y de maestros como Degas,
cuyo aliento concedió a sus pasteles un aura de erotismo
sincero y de rigor formal.
Durante las siguientes décadas, a su descubrimiento
de la tradición se unen el sentimiento del judío errante
y de la experiencia Kafquiana de la Diáspora, el malestar
de lo no hogareño. Esto unido a su visión personal
de la historia judía y su obsesión por el Holocausto
restan cada vez más sensualidad y homogeneidad a sus heroicas
figuras de los 70 para acabar desembocando en la dureza de las distorsiones
y las complicadas inquietudes espaciales y compositivas de los 80
y 90.
Su última etapa ha estado marcada por una
nueva crisis producto del infarto y la sucesiva depresión
sufridas en el 89. Este hecho unido a la oferta de la Tate Gallery
para el montaje de una retrospectiva despertó en el artista
el miedo y la certeza de la muerte, a la vez que la necesidad de
conjurarla dejando una obra representativa, por lo que en los últimos
tiempos se ha sumergido en un meditadamente deshecho estilo de madurez.
En esta nueva etapa se intuye una estudiado inacabado de los desmañados
trazos, en esa despreocupación certera y llena de libertad
de la pintura tardía consciente de su propia fragilidad.
IV.- CONCLUSIONES: La emoción como
conocimiento.
Continuidades entre arte y ciencia.
Lo que se pretendía, en la medida que lo ha permitido la
escueta extensión de este artículo , era especular
de alguna manera sobre la capacidad comunicativa que tiene el arte
para transmitir conocimientos a través de canales intuitivos
y de sensaciones no intelectuales. El somero análisis de
las emociones producidas por la percepción de la obra de
estos artistas, ha querido ser un reflejo del estado de ánimo
que se contagia al espectador y que comunica algo más allá
de la simple ilustración de una realidad o de un concepto
determinado. El conocimiento del mundo y de las relaciones que el
hombre establece con él resulta incompleto si lo limitamos
a la mera denotación positivista de los fenómenos.
Resulta incompleto en cualquier caso, pero desde luego, el acercamiento
puramente intuitivo y sensible a las imágenes creadas en
un contexto concreto aporta una serie de datos que trascienden el
ámbito intelectual y aportan cualidades emotivas al entendimiento
sobre una época o sistema cultural. Este sería por
tanto el tipo de conocimiento correspondiente a la interpretación
artística, y el que venimos defendiendo a lo largo de estas
líneas como específico de esta práctica, y
complemento de otros tipos de saberes.
Sobre esta relación de complementariedad
entre el conocimiento intelectivo aportado por la ciencia y el conocimiento
sensitivo y connotativo que proporciona el arte para la creación
de un conocimiento global más completo, cabe aludir a las
ideas que en la introducción relacionaban arte y ciencia
con una misma génesis que parte de una idéntica visión
del mundo o cultura que condiciona los intereses tanto de una como
de otra disciplina. Ambas se encuentran condicionadas por un conjunto
de circunstancias que determinan sus direcciones en cada contexto
espaciotemporal concreto. Siguiendo de nuevo a Racionero, estas
limitaciones obedecen a diferentes razones: razones económicas,
como las relaciones de producción; políticas, como
las relaciones de poder entre los grupos; materiales, como el nivel
de vida y la tecnología; intelectuales, como el nivel de
conocimientos; irracionales, como las motivaciones mitológicas
y religiosas; biológicas ,como la dotación genética
y la agudeza sensorial del grupo en cuestión; ecológicas,
como el medio ambiente físico; históricas como la
inercia cultural etc.
Si aceptamos que toda creación de modelos
de conocimiento está formado bajo estos condicionantes que
en cada momento serán idénticos para arte, ciencia
y pensamiento, ambos atacarán intereses similares y cuestiones
relacionadas. Relación que no es de causa efecto,_ como explica
el mismo autor: "...El hecho de que arte y ciencia sean dos
fases, una intuitiva y otra intelectiva, de un mismo proceso creativo,
y la circunstancia de que se usen a menudo por separado para conocer
o expresar, no significa que puedan establecerse relaciones biunívocas
de causa?efecto entre arte y ciencia; no puede afirmarse, por ejemplo
que el cubismo nace de la teoría de la Relatividad. Más
acertado sería pensar que tanto el arte como la ciencia,
tanto el cubismo como la teoría de la relatividad, son producto
de algo más amplio que ellos, de un cambio en la intención,
en el énfasis selectivo de la cultura: el propósito
o tema predominante en las preocupaciones de un grupo humano inspira
y motivan a científicos y artistas de modo que unos y otros
abordan, exploran y trabajan los mismos temas, expresándolos
cada cual a su manera..."
Sea como sea, la intención de estas especulaciones
es subrayar la conexión innegable que el arte, y las expresiones
de conocimiento a partir de lenguajes lógico?formales ( ciencias
humanas o de cualquier otra índole) tienen como vías
de aprensión de conocimiento en la medida en que ambos son
un ejercicio de elecciones y renuncias en el esfuerzo humano por
ordenar el caos. La complementariedad entre ellas como camino de
aprensión de conocimiento y la emoción como parcela
específica del arte, son los componentes que este ensayo
sostiene como aportación.
Pinceladas de existencialismo
Atendiendo a estas premisas, En este caso se ha
intentado fugazmente plasmar la pura sensación visceral que
una serie de obras creadas en un espacio y un contexto determinado
producen en la retina de un espectador más o menos contemporáneo
a las mismas, para delatar las similitudes de estas experiencias
con creaciones humanas del mismo periodo pero pertenecientes a sistemas
de conocimientos más cercanos a posiciones intelectuales
y racionales. Las imágenes han transmitido desde su propio
lenguaje emociones directas que si bien algunos espectadores sabrán
expresarlas y otros no, a todos consciente o inconscientemente los
pone en contacto con un tipo de pensamiento y actitud vital paralelos
a esas obras en tiempo e intenciones. En este caso con el pensamiento
existencialista.
Hemos visto como esta pintura se corresponde con
una defensa feroz de la individualidad en la búsqueda de
la propia expresión de la personalidad en constante lucha
con el medio, apostando por una figuración pictórica
frente a la estandarización de los lenguajes artísticos
y la desmaterialización del objeto en favor de la idea. Esta
actitud, claramente conectada con una de las premisas del pensamiento
existencial también enlaza con esta actitud filosófica
no sólo por la empecinada defensa de la individualidad, sino
por la demanda de la libertad del hombre sobre el determinismo exterior.
En este rechazo por toda desmaterialización metafísica
(por toda abstracción incluso pictórica) se encuentra
la reivindicación de la vida y de la existencia sobre la
razón y la esencia, la acción del impulso y la aplicación
de la propia materia pictórica frente a la deshumanización
mecánica y conceptual.
Claro está que el fenómeno encabezado
por Sartre, Heidegger o Kierkegaard entre tantos filósofos
y escritores que plantearon el edificio de la actitud y el pensamiento
existencialista, es de una amplitud que no se deduce solamente de
la observación de estas pinturas, y menos aún en un
análisis tan limitado, pero la aprensión directa de
estas obras aporta a su entendimiento general no sólo una
información?sensación útil, sino realmente
imprescindible a la hora de conectar realmente con la vivencia de
ese fenómeno cultural del occidente de la segunda Postguerra.
Es ineludible referirse al humanismo restaurado
y perseguido por estos autores. La necesidad de devolver la dignidad
al ser humano individual, en pugna con la angustia de la fragilidad
y la precariedad del hombre ante su propia desnudez y ante el mundo
que lo limita, adquiere presencia en todos y cada uno de estos artistas.
El desasosiego provocado por la conciencia de la muerte y la búsqueda
desesperada y a contrarreloj de la propia realización (a
través de la pintura en este caso) describe la actitud de
estos pintores ante una actividad pictórica compulsiva reflejo
del mismo sentir existencialista. Otra de sus constantes, ha sido
la recurrencia a la acción como modo de creación,
desde la conciencia de que la obra y la vida están inmersas
en un torbellino de casualidades que condicionan a cada ser (obra).
Esto somete al creador a una continua búsqueda de la autenticidad
de su ser concreto, consciente sin embargo de que sólo cabe
proyectar su propósito, no programar el resultado.
Todos estos clichés que corresponden de
una forma escueta a parte del pensamiento existencialista han aparecido
sin duda de forma recurrente en cada una de las impresiones percibidas
anteriormente sobre la obra de estos pintores. El hecho de haber
sido pintores, es decir, de haber elegido un medio de expresión
como la materia pictórica forma parte de su manifiesto nunca
escrito, pues los aboca a la relación necesariamente individualizada
con el proceso, puesto que no hay dos manos ni pinceladas iguales,
niegan así la uniformidad impuesta por la técnica
a la vez que rechazan la masificación que la técnica
provoca.
Las relaciones pues entre la obra de los pintores estudiados y la
problemática existencialista son evidentes. Podrían
aparecer muchos más paralelismos que demostrasen con mayor
amplitud nuestras teorías sobre las aportaciones del arte
como complemento indispensable del conocimiento humano, si bien
esto requeriría una extensión mucho mayor y un estudio
más pormenorizado que acaso nos desviaría del propósito
inicial de este intento. El intento de afirmar que la el cerebro
humano y su forma de adquirir conocimientos es uno de los grandes
misterios que a la ciencia le quedan por explicar, y que mientras
este misterio persista existe una parcela de conocimiento intuitivo
que corresponde al Arte seguir desvelando, seguir aportando esa
sensación interior que transmite lo indescriptible por el
lenguaje lógico formal y que nos conecta intuitivamente con
nuestro entorno. Por otra parte, llegando a este punto se hace evidente
la paradoja que ha acompañado desde el principio a esta propuesta,
y que ya habrá sido sospechada por el lector, si ha entendido
la naturaleza del conocimiento que pretendemos explicar, puesto
que habrá comprendido igualmente que se trata de un conocimiento
que sólo se puede percibir a través de la contemplación
de la imagen, y que cualquier intento como es este de traducirlo
a un lenguaje digamos divulgativo no puede sino limitar y traicionar
esta sensación. De lo contrario, la imagen no aportaría
nada y la especificidad del conocimiento que estamos defendiendo
desde el principio no tendría sentido. El sentido que Bécquer,
uno de los sevillanos ilustres que reposan junto a los cimientos
de la facultad ispalense de Bellas Artes, nos revela desde una de
sus rimas: "... No digáis que ha agotado su tesoro/
de asuntos falta enmudeció la lira,... Mientras la ciencia
a descubrir no alcance las fuentes de la vida/ y en el mar o en
el cielo haya un abismo que al cálculo resista/ mientras
la humanidad siempre avanzando no sepa do camina / mientras haya
esperanzas y recuerdos habrá poesía..." y si
D. Gustavo me lo permite: pintura.
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